En la década de los años diez del siglo pasado, el nuevo San Mamés congregaba a seis u ocho mil personas presenciando los partidos. Días de lluvia incesante, de granizo, de frío intenso, en que los jugadores en sus frecuentes caídas no besaban el suelo sino el barro. Días, en que las ráfagas de viento mezcladas con fuertes chubascos de agua y de granizo azotaban sin compasión los rostros de los jóvenes, jugadores y espectadores.
Era el Athletic de las tres Copas consecutivas, el recién estadio de San Mames, de las paradas de Ibarreche; la excelente seguridad de los backs Solaun y Hurtado; la media de Iceta, Belauste y Eguía; y la famosa delantera Germán, Pichichi, Zubizarreta, Zuazo y Acedo.
Felix Zubizarreta actuaba en la época dorada del Athletic como delantero centro. “Amateur” cien por cien, no conoció los traspasos, ni clausulas en el contrato, ni los salarios de ministro, ni las primas por gol, ni los viajes en avión ni en trenes de lujo, ni las duchas de agua caliente. El dio al fútbol todo lo que era sin limitación.
Ser delantero centro en ese Athletic campeón era sinónimo de valentía. Corto de pierna y menudo de cabeza, Zubizarreta, era un cilindro de músculo. Fuerte, terco, con carácter, su avance no se contenía por nadie ni por nada. Un rodillo para allanar la franja desde el centro del terreno hasta el fondo de la meta contraria. La llamaban «la apisonadora».
Pesado de aspecto pero con velocidad endiablada, de un tiro duro y ajustado, su remate de cabeza donde habían de rebotar los balones, secos y certeros como balazos, multiplicaban su impulso como si los despidiese el choque con un bloque de piedra natural de Markina. Despreciaba las sutilezas del “dribbling”, su técnica más que burlar, arrollaba.
Era el prototipo de delantero centro, de los hombre cuña, de los arietes decididos que iba siempre hacia el balón cuando llegaba a sus pies o a su cabeza de los servicios que le hacían sus compañeros. Atacaba con toda su alma y toda su humanidad, poniendo sus energías todas al servicio de su equipo y de su amor propio.
Consiguió con ese equipo campeón tres Copas Regionales y tres nacionales consecutivas, las que iban desde el año 1914 al 16, consiguiendo la marca de cinco goles en un sólo partido regional y como marca excepcional un hattrick en la final de Copa del año 1916 contra el Real Madrid FC.
En las cuatro temporadas que estuvo vistiendo la camiseta rojiblanca consiguió la fantástica cifra de 26 goles en 29 partidos, casi a un gol por partido disputado. ¿Cuánto costaría un delantero centro así 100 años después?